Tengo cuarenta y cuatro años y un ojo que no ve. Con el otro observo a ese viejo jardinero, un padre que en su juventud convirtió a su familia en una fantasía visual. Sostenía una cámara similar a la que hoy me acompaña, pero podó las imágenes como si fueran sus propias buganvilias, ocultando con maestría lo que se descomponía con el tiempo.

Me sumerjo en un viaje cinematográfico de transformación:
exploro los archivos familiares registrados y narrados por mi padre en los años 90, interviniendo y transmutando imágenes para rescatar lo imperfecto, lo dañado y lo silenciado.

Digo que no le creo nunca
Que no lo escucho de verdad
Pero no siempre es cierto

Y la muerte no tendrá dominio
(Victoria Guerrero)

Tienes que ponerte la película como quien se pone un chaleco, a tienes que usarla realmente. Es una sensación física, tienes que pasarla por todo tu cuerpo.

El otro montaje (Coti Donoso)

Para que tenga lugar la alquimia en una película, la forma debe incluir la expresión de su propia materialidad, y esta materialidad debe estar en comunión con la cuestión de su tema.
Si esta unión no está presente, si la literalidad de la película es tan abrumadora, tan ilustrativa, como para borrar el medio del que está compuesta, entonces uno se ve atraído hacia un estado de absorción o ensueño crédulo que, aunque sea efectivo en ese ámbito, carece de los ingredientes necesarios para la transmutación. Una película así niega su totalidad. Niega aquello de lo que realmente está hecha.

El cine de la devoción (Nathaniel Dorsky)

Aprendí a actuar
A ser otra frente a cámara
A ser lo que narro
A narrar lo que hago
A vivir lo que narro